De la delicadeza del gusto y la templanza en la pasión

Una propuesta de David Hume para el goce estético


     

“Cuando las cosas no van bien, nada como cerrar los ojos y evocar intensamente una cosa bella”.

André Maurois

     “De la delicadeza del gusto y la templanza en la pasión” es un exquisito texto del filósofo inglés David Hume. Toda una guía para el goce según el espíritu y gusto clásicos. En su inicio, el autor se refiere a las personas sensibles: “cualquier acontecimiento que les depare el destino les puede proporcionar un gran gozo, o bien pueden experimentar un profundo dolor ante cualquier tipo de sinsabor o adversidad”. La sentencia de Hume corrobora lo que muchas veces hemos pensado respecto a que la sensibilidad para el goce, nos hace también más susceptibles de sentir las desgracias. Bien lo sabrán quienes se identifiquen como personalidades altamente sensibles. A lo largo de mi vida he sentido en mí las oscilaciones entre la dicha más exaltada y la profunda tristeza. He pensado a menudo que ser menos sensible me libraría de otros pesares. Pero también hay casos que nos llevan a cuestionarnos estas ideas. Hitler, a quien tenemos como un monstruo, experimentaba goce estético con la música de Wagner y no era un mal lector. Sea como fuere, Hume nos llama la atención sobre la necesidad de cultivarnos en los goces estéticos. Siempre habrá determinadas personalidades cuya conducta no se corresponda con las sutilezas del gusto.

     Samuel Coleridge escribía lo siguiente al referirse a la poesía de Wordsworth “Dar el encanto de la novedad a las cosas de todos los días y excitar un sentimiento análogo al sobrenatural despertando la atención del espíritu del letargo de la costumbre y dirigiéndolo hacia el encanto y las maravillas del mundo que se extiende ante nosotros; tesoro inagotable, pero para el cual, a consecuencia de la película de familiaridad y solicitud egoísta, tenemos ojos pero no vemos, oídos y no oímos, y corazones pero ni sentimos ni entendemos”. Es toda una lección de cómo tenemos que mirar y estar atentos a la realidad. Este sería el primer requisito para cultivar el gusto, porque no hay deleite sin una atención concentrada en el objeto bello.

     La delicadeza en el gusto nos dice Hume, hace que “Cuando un hombre que posee este don lee un poema o admira un cuadro, la delicadeza de sus sentimientos hacen que todo su ser se conmueva” Y por el contrario “la tosquedad o la impertinencia son un verdadero suplicio para él”. Se trata de un refinamiento del alma y el espíritu, de un estar en el mundo de manera que el ideal estético sea predominante. Algo que debe cultivarse, en la seguridad de que encontraremos un ámbito de felicidad o plenitud que nada tiene que ver con los manuales de autoayuda al uso. La educación del gusto nos permite apreciar otras cosas de la vida.

     “Los goces o las adversidades que nos depara el destino escapan a nuestra previsión en gran medida; pero sí somos dueños a la hora de elegir los libros que leemos, las diversiones en las que tomamos parte, o a las compañías de las que nos rodeamos”. Qué magnífica propuesta para hacernos un mundo a nuestra medida y evadirnos de las inclemencias impuestas de la realidad.

     La agudeza de Hume considera también la importancia de crearnos fuentes de felicidad interna que dependan de nosotros, y sobre las que tengamos un dominio, al margen de las circunstancias externas, sin olvidar la relevancia de los factores externos: “Los filósofos se han empeñado en hacer de la felicidad algo completamente independiente de cualquier elemento exterior. Ese grado de perfección es imposible de alcanzar. Pero todo hombre sabio se esforzará en situar la felicidad en la consecución de aquello que dependa principalmente de él mismo, y no hay otra forma de alcanzarla que cultivando la delicadeza en el sentimiento. Cuando un hombre posee este talento, la satisfacción de sus gustos le hace mucho más feliz que la satisfacción de sus apetitos, y le produce mayor placer la lectura de un poema o un razonamiento que el lujo más caro que se pueda permitir.” No nos pueden parecer más acertadas las palabras de Hume y su apuesta para la creación de espacios personales de goce estético, invulnerables a los aconteceres y avatares de la vida.

     El espíritu se remansa en el cultivo de elevados y refinados gustos y en el goce por la belleza. Pero estas cualidades son algo que, originariamente, no están al alcance de todos los mortales y requieren primero una educación de la sensibilidad para saber apreciarlos. El cultivo de las artes es un buen camino para ello. Entramos en el reino que Ordine anunció en su libro como “La utilidad de lo inútil”. Puede resultar chocante en el mundo actual educarnos en la sensibilidad, cuando surge la pregunta ¿para qué sirve? Pero cuando nos hacemos esta pregunta es que ya hemos iniciado el camino de nuestra deshumanización. Desviar nuestra atención hacia el mundo clásico, sus autores y textos es una forma de cultivar nuestra “humanitas”. Fernando Pessoa afirmó que “Existen las artes porque con la vida no es suficiente”.

     El inspirado texto de Hume resume toda una forma de ser y estar ante la vida con la que me siento identificado y procuro cultivar. Cuando Machado habla de sus “mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón” se refiere a ese saber apreciar las cosas delicadas de la vida que a muchos pasan desapercibidas, y es éste el camino al que parece orientarnos el filósofo británico.

     “Nada resulta tan enriquecedor para el espíritu como el estudio de la belleza, bien sea la poesía, la elocuencia, la música o la pintura. Estas artes elevan nuestro espíritu a un nivel desconocido para el resto de la humanidad. Las emociones que despiertan son dulces y tiernas. Apartan la mente de la turbulencia de los negocios y los intereses; fomentan la reflexión; predisponen a la tranquilidad; y provocan una agradable melancolía que es, de todos los estados de la mente, el más adecuado para la amistad y el amor.” Tengan la seguridad lectores, que es en ese camino donde más cerca estamos de la plenitud.

     Estoy convencido de que, con la conveniente educación, la percepción de la belleza puede hacernos más dichosos. Proporcionarnos momentos de sublime gozo. Aunque hay obras de arte que pueden ser perturbadoras, las hay que discurren armónicamente, con elegancia clasicista, dejando un poso de calma, plenitud y equilibrio en nuestro espíritu.

     En estos tiempos de mal gusto y fealdad, tanto en lo estético como en el trato entre los humanos, sería bueno retomar el gusto por las cosas bellas. Porque puede haber una bella forma de existir tratando de hacer de nuestra vida una obra de arte.


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