Recordis
A veces pienso, a veces imagino. Otras veces invento y, mientras lo hago, recuerdo, y mientras recuerdo, pienso, imagino, invento. Sueño con el ayer y juego a adivinar el mañana y el presente pasa desapercibido, entre lento y rápido, como cuando una suave brisa arrastra despacio la nube esponjosa y hay que apartar la mirada para notar que se ha movido.
Los días de guardería son los primeros que perduran en mi memoria, como también mi primer día en uno de los años de preescolar y otro primer día en la entrada del colegio. También me acuerdo de que la curiosidad me llevó a la obsesión y pasé mucho tiempo girándome hacia atrás cada vez que me cruzaba con las personas, por si podía ver cómo eran de espaldas. Incluso atesoro aquellos tiempos felices con amistades importantes, antes de que dejáramos de vernos. Recuerdo otros recuerdos, de los que formo parte, pero que son de otra persona que me los ha contado, y creo verlos tal y como yo los he vivido.
El recuerdo de hoy mismo, en medio de los tambaleos del autobús, llega de repente: estaba leyendo Platero y yo. En ese momento iba por el final del capítulo Libertad, pero rápidamente me enjugué las lágrimas, disimulando que me picaban los ojos porque una señora, con la que comparto parada de autobús y breves conversaciones cada vez que coincidimos a la hora de las tres, quiso preguntarme qué estudiaba antes de bajarse del enorme cacharro con ruedas. ¿Qué entendió por Lingüística, la respuesta que yo le di?
El miedo también lo recuerdo, aunque surja por primera vez ante lo que aún desconozco, porque es un viejo amigo. El miedo es una mano que acompaña la tuya cuando miras después, no antes, de cruzar la calle, se refleja en tu ser como si fuera la sombra de tu alma, te tapa los ojos por la noche y duerme contigo. Yo, todavía, conservo en la memoria el recuerdo de tener miedo a cumplir los trece. Aún temo fracasar, de no estar a la altura, de perder a quienes me quedan. Aún le guardo mucho miedo a la muerte, de no saber hacia qué dirección me llevará cuando llegue, sensación que no se derrite ni bajo el sol del verano.
Viajo por el mar de las posibilidades, donde me distingo por ser compacta entre tantas mareas con caminos de aire, a través de los cuales puedo nadar si recuerdo su final, que tantas veces he imaginado. ¿Y si hubiera estudiado ciencias? ¿Y si hubiera dicho que sí a una confesión de amor? ¿Y si hubiera seguido viviendo allí? ¿Cómo habría sido mi vida en otra vida? ¿Y si hubiera nacido en la música de los ochenta, o mucho antes, cuando aún se escribían cartas? ¿Habría cambiado algo si no hubiera nacido? Pero una ola de realidad me devuelve siempre a lo que soy, a lo que he elegido y a lo que estoy a punto de vivir.
Y pese a todo, no dudo al decir: ¡Qué encantadora metáfora encierra el recordar! Su forma latina, recordāri, cuya unión de re (de nuevo) y cor, cordis (corazón) tuvo el placer de descubrírmela un buen profesor de filosofía, se me antoja un cuento de esos que una se guarda para la ocasión. A mí me gusta tal cual, como un diamante en bruto, recordis: volver a pasar por el corazón. Quiere esto decir que en ti queda guardado lo que te marcó y que vuelves a evocarlo únicamente si conmovió una vez tu frágil y caliente corazón. Yo prefiero, a través de este cuento, explicarlo de otra manera, si es eso posible. Y es que, para mí, el recordar surgió así:
Esto era Re, una nota. Pero no cualquier nota, sino una de las siete notas musicales. Dependiendo del sistema y la escala puede haber más, pero esto no era lo que le interesaba a la nota Re. Ella lo que quería era emocionar, quería que su sonido llegase a todas partes y se quedara en la mente de todo ser vivo. Para ello, pensó que sería una buena idea llevar a cabo su tarea con el oído, pues ¿con qué otro órgano irían a escuchar su melodía los demás? Sin embargo, esto no funcionó con las plantas, que no tenían oídos para deleitarse con su música.
Entonces, pensó en algo que todos tuvieran y dio a parar con la sangre. Las plantas, aunque no la poseían, tenían la savia, pero ¿cómo iba a llegar ella, la nota Re, hasta los demás por medio de la sangre? Pensó, pensó y volvió a pensar y se le ocurrió hablar con el que se encargaba de bombearla. Sí, como el corazón que cumplía su papel de enviar la sangre a todo el cuerpo, Re quería llegar a todo el mundo a través de su música. Habló con él, su modelo a seguir, y el corazón se dispuso a ayudarla. Desafortunadamente, se dio cuenta de que los árboles y las flores tampoco tenían un corazón que bombeara su savia. ¿Qué iba a hacer ahora?
–No debes buscarme a mí, sino al que está en el interior –dijo el corazón que era órgano–, ese es el corazón que tienen todos.
–Pero tú eres un corazón y ya estás en el interior de ellos.
Él rió con amabilidad.
–Hablo del otro interior.
Así fue como ella comprendió que todo el tiempo había estado buscando el corazón del espíritu. Para alcanzarlo, fue hasta los orígenes. Allí se unió a cordis, en el centro del alma, y juntos pudieron emitir los sonidos más bellos que pudieran conmover al resto del mundo. Los pájaros cantaban, las plantas crecían con mayor rapidez y los seres humanos creaban maravillosas obras de arte inspiradas en ellos. De este modo, cada vez que algo les emocionaba, pensaban en los dos, hasta que terminaron por nombrarlos en uno solo, recordis, y le dieron un sentido propio: como re también significaba otra vez, recordis sería “aquello que de nuevo viene del corazón”. A partir de ahí, todo momento digno de conservar se llamó recuerdo y el acto de evocarlo, supuso el recordar. Fin.
Una fría tarde de invierno, cuando aún ni sabía que tenía por pulir esta idea, alguien me preguntó en la facultad cuál era mi etimología favorita. Yo, que había alardeado de conocer unas cuantas porque me apasionaba esa parte de las palabras, no supe qué contestar. Poco tiempo después, me enteré de que esa persona había abandonado sus estudios para dedicarse a la música. Si volviera a encontrarme con ella, ahora sé qué le diría, que toda mi boca se llenaría con esa hermosa voz que es recordis.
Dejando a un lado esta historia, creo además que recordis encierra uno de los significados de amar. Y yo soy quien se pregunta: ¿Sabré amar a los que vendrán si a quienes tuve una vez no me dejaron el tiempo suficiente para hacerlo? Recuérdalos en cada momento, mientras saboreas brevas y comes granadas, mientras te ríes de algún chiste y cuentas otro, mientras haces fotos y buscas otra figurita de elefante para tu colección. Recuérdalos antes de ir a dormir y después de despertar en una nueva mañana y, ellos, desde la distancia, sentirán que los sigues queriendo, me dicen todos. Eso hago, eso hago. A menudo, cuando el cielo borra sus colores y el sol desaparece por entre las casas, pienso que, al igual que las lenguas del norte, y seguramente alguna otra más del mundo, esta lengua mía, en la que yo escribo, debería aprender de corazón, más que de memoria, y de esta manera recordaríamos mucho mejor.