La movida mitológica
Día del libro 23 de abril 2024
¿Quién diría que la literatura debe ceñirse a una época o momento concreto dentro de la historia? Si alguien ha considerado esta posibilidad en un momento de su vida está totalmente equivocado. Un claro ejemplo de ello es la autora gaditana Ana Buena de la Peña (1950), más conocida como Ana Rossetti, apellido que adoptó por su admiración hacia el pintor prerrafaelita Dante Gabriel Rossetti.
Si nos detenemos por un instante en su poemario titulado Los devaneos de Erato, podemos observar que desde su comienzo nos trasladamos inmediatamente a aquellos años gloriosos donde los grandes autores clásicos (se nos viene a la cabeza rápidamente Ovidio o Virgilio) escribieron obras -más bien se podría decir que fueron auténticos tesoros literarios- que quedarían para la posterioridad. Pero no sabemos si ‘trasladarse’ sería el término más apropiado para hacer referencia a la literatura clásica, puesto que el gran legado de la cultura clásica sigue vigente más que nunca entre los círculos literarios actuales.
No hay que indagar mucho para encontrar autores que hagan gala del mundo clásico. Inmediatamente se nos puede venir a la cabeza Ana Rossetti y su obra ya mencionada; entre los versos y estrofas de sus poemas se desliza un aire de solemnidad clásica, como en ‘Gorgona seductora, lejos/ de mis estupefactos ojos/ apoyo tu mejilla…’ (del poema «Murmullos en la habitación de al lado»).
Esta autora fue capaz de ver cómo su país natal iba cambiando y dejaba atrás los oscuros y largos años que atormentaron a España durante décadas. Su obra está impregnada de la libertad tan anhelada en todos los planos de la sociedad española. Además, por lo que respecta al plano literario podría extrapolarse a lo ocurrido en el famoso episodio del caballo de Troya, pero con obvias diferencias: España ocuparía el lugar del caballo, y no saldrían del interior de dicha figura soldados dispuestos a combatir y arrasar con todo lo que encuentren a su paso, sino más bien todos aquellos escritores con ansias de libertad ante los nuevos tiempos que comenzaban a impregnar España, un país que hasta ese momento solo había conocido presión y oscuridad. Sería este camino donde encontramos a Rossetti.
No encuentro mejor forma para acabar este breve acercamiento a la figura de Rossetti que con uno de sus poemas de aire clásico, titulado «Triunfo de Ártemis sobre Volupta», que dice así:
«Ah!, sí…»
Marie Dorval
Edad inimitable, a tu espejo interrogo
en cuál de mis innumerables
alacenas está la máscara de diosa
que de oscuro los mármoles cubría.
Vuestro fervor, tan obsesivo éxtasis,
la hizo hermosa y distante y proclamó única.
Sin embargo, tantas veces os maltrató!
Su lengua tan cruel como un látigo era.
Tras de los balcones atisbaba ansiosa
y a los suplicantes ojos se negaba
si de vuestros deseos tenía certidumbre.
No os consintió ni una sola hebra de su túnica,
ni tan siquiera que hurgarais entre sus collares.
Ni pudisteis, a través de una cerradura,
mirar cómo parsimoniosa se desvestía
haciendo crecer su desnudo desde la bañera.
Vaho de enredadera gris. La mano recurriendo
a la esponja. Y la fragante espuma, reptando
por su cuerpo, en él se introduce
instalando su invisible dominio.
No bebisteis tampoco en las sabrosas fuentes
que anegaban los turbios laberintos
que una maligna virginidad clausuró.
Ni las sombrías axilas, ni la frondosa concha
de la pelvis, ni la entrelazada cabellera
supieron del amable tacto de esos dedos
que conozco tan bien. ¡Pero cuánto la amáis!
No la oísteis gritar cuando el estrépito
del placer os sobrevino y tumultuosamente
desbordó la hendida cúpula.
Mas el recuerdo de ella, precipitándose,
os asalta y en mí la buscáis. Qué terrible
e inimitable edad. Siempre a tu espejo interrogando.
Intento renacer, antigua identidad
que os fascinaba, aquel cuerpo tan desconocido,
si es que es posible tal metamorfosis.
Sabéis ya en qué precisos
lugares de mi piel Eros se asienta;
los secretos, derramados por la colcha,
por vuestras hábiles bocas sorprendidos.
Rendida, mis piernas fuertemente a vuestras piernas
enlazarán para que la total arremetida
a mi vientre penetre y arda en él.
Ahora soy costumbre,
invadida patria de rutinarias delicias.
Al poseerme perdisteis mi belleza anterior
y se os han desvanecido los deseos.
Mas si me ayudáis a buscar
en los armarios las túnicas olvidadas
y a rescatar la máscara propicia,
si me vuelvo arrogante, ¿os podré convencer?
Tan sagaz es la experiencia
y tan indestructible su mandato
que os sobrepasé largamente.
Incluso os instruiría. Y me lo reprocháis.
Edad inimitable,
donde los dioses habitaban y era
la admiración el tributo único
que a mis pies esparcíais.
No me pidáis que vuelva,
pues la inocencia es irrecuperable.