Palabras fronterizas
sobre el Mundo Antiguo
«El azul puro radiante del cielo, los astros errantes de un lado a otro, la luna, el fulgor del sol y su luz esplendorosa; si todo esto de repente se ofreciera por primera vez a la vista de los desprevenidos mortales, ¿qué mayor maravilla podría citarse, que cosa resultaría más imprevisible para nuestra osada imaginación? Ninguna, creo yo: tan asombroso sería el espectáculo. En cambio, mirad ahora cómo nadie, por la saciedad y cansancio de verlo, se digna levantar los ojos hacia la lúcida bóveda del cielo». Dolorosa actualidad la de estas palabras escritas en el siglo I a.C., en la magnífica obra De rerum natura, sobre la naturaleza, del poeta latino Lucrecio. Permitidme imaginar lo que tal vez sucedería si el espíritu humano decide levantar la vista de nuevo y dejarse asombrar por los matices del color azul, por esos ignorados horizontes que sin embargo son posibles. La vuelta al asombro, a la admiración, nos traslada a los tiempos primigenios en los que no se conquistaba la realidad y se habitaban los sueños. Es el tiempo atemporal de los mitos, donde el ser humano se convierte en un ser fronterizo en perpetua metamorfosis.
En los mitos, nuestros cabellos crecen como hojas, nuestros brazos como ramas. Los pies, hace poco tan veloces, se aferran a la tierra con lentas raíces; el lugar del rostro lo tiene la copa. Siguiendo esta bella imagen poética de Ovidio, nos hemos convertido en un árbol que ofrece una sombra hospitalaria a los exhaustos viajeros, que se reunirán bajo estas ramas porque en la condición del árbol hay una metáfora de la propia condición humana. Una metáfora susurrada por el viento con palabras remotas: el ser humano en latín es homo, un ser apegado al humus de la tierra donde enraízan las Humanidades. Pero en griego, el hombre es anthropos, palabra que los antiguos relacionaban con ese impulso que sentimos hacia lo alto, como la sabia savia -con b y con v- asciende por el tronco venciendo toda ley de gravedad. Homo y anthropos, tierra y cielo; en la frontera viven los árboles y los seres humanos, seres fronterizos ambos, unidos, además, por otra palabra. Liber es el nombre latino de la corteza de los árboles y de los libros, esas hojas del árbol del espíritu humano. Los árboles oxigenan la atmósfera y tras su metamorfosis en libros oxigenan el pensamiento y la sensibilidad. Las palabras que leemos en las páginas son herederas de la metamorfosis de un árbol, y viven, las palabras, en el terreno fronterizo de toda metáfora, extendiéndose de un significado a otro, en continuo tránsito entre tiempos, lugares y conceptos. Para llegar a nuestra palabra cultura, el cultivo ha debido trasladarse desde su significado agricultor hasta el cuidado del pensamiento y la sensibilidad. De la misma forma, el nombre de los versos viajó desde el surco del arado a los surcos poéticos de la escritura. Así lo refleja el bello escrito titulado El campesino y el poeta, que el profesor Antonio Serrano Cueto, Catedrático de Filología Latina de la UCA, ha ofrecido a Tamarix Gaditana: «los campesinos y los poetas comparten el verso: aquellos depositaban y siguen depositando en los surcos terrenos (que se abren al cielo como cuerpos anhelantes de deseo) sus esperanzas de un ciclo agrario fecundo; los poetas solo aspiran a que sus versos-surcos respondan lo más fielmente posible a la ardua labranza interior».
«La metáfora es la elocuencia del mundo», decía el escritor Francisco Umbral, porque «toda cosa se está abriendo continuamente hacia otro significado», toda palabra vive en la frontera de una metáfora, de una metamorfosis. También Tamarix Gaditana ha germinado como una metáfora en forma de árbol autóctono de nuestra Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz; un árbol virtual junto al mar de Cádiz, que logra defenderse de la sal que impregna su entorno gracias a que sus profundas raíces ahondan en la tierra en busca de subterráneas aguas dulces, es decir, en busca de los saberes humanísticos, llegando hasta el Mundo Antiguo para componer con sus nutrientes una frondosa copa que sea nuestro refugio en la intemperie. Sin embargo, en este caso la metamorfosis se ha dado a la inversa, pues este árbol ha nacido inspirado por un libro: Palabras del Egeo, escrito por el helenista Pedro Olalla. Así, Tamarix Gaditana crece como página web a la cálida sombra del Departamento de Filología Clásica de la UCA, cuyo coordinador, el profesor de Filología Latina Manuel Antonio Díaz Gito, presta su indispensable ayuda, como un cuidadoso jardinero, para abonar el terreno de la web a los textos de los profesores y estudiantes participantes. Contamos con escritos de compañeras y compañeros de Humanidades, Filología Clásica, Lingüística y Lenguas Aplicadas, Filología Hispánica y Estudios Ingleses, y ahora estas raíces aspiran a extenderse hacia otras Facultades y Universidades. El objetivo es la reflexión creativa y crítica a partir del Mundo Clásico, esas aguas subterráneas que fluyen en nuestros estudios humanísticos; que la Antigüedad sea el lugar de encuentro entre las más diversas inquietudes, descubriendo en las civilizaciones antiguas valores que siguen interpelando y sacudiendo nuestro presente. Como escribe el poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory en su ensayo Humanismo del árbol, recientemente editado y publicado, «lo que cuesta creer es que pueda sentirse indiferencia ante un árbol». Por eso, contra la indolencia, Tamarix Gaditana pretende ofrecer un espacio de cultivo perenne de nuestro espíritu.
Y es que creo que el Mundo Antiguo nos recuerda que somos parte de ese fluir que viene atravesando las fronteras de los siglos y que no se detiene, sino que continúa, ahora, en nosotros. Siempre me resulta emocionante encontrar, en autores de todas las épocas, los nombres de Virgilio, Lucrecio, Sófocles, Séneca, Ovidio, Safo, nombres que refulgen con la luz de una antigua luna que ha influido decisivamente en las mareas de nuestra cultura. Por eso, yo diría que, para mí, el mayor estímulo para estudiar a los Clásicos es entenderlos como un lugar de encuentro al que hemos acudido a lo largo de toda la Historia; un sabio diálogo, es decir, palabra lanzada a través de los tiempos, una ciudad invisible y fronteriza, en la que entramos en contacto con personajes históricos y literarios de todas las épocas que también han sido admiradores críticos de los Clásicos. Una inquebrantable República de las Letras, una conversación profunda a la sombra de un árbol cuyas hondas raíces rompen las falaces fronteras de tiempos, de lugares, de disciplinas, nutriendo a un mismo presente: el nuestro. En este punto, me gustaría traer a colación unas palabras muy especiales que pueden leerse en Tamarix Gaditana, escritas por el profesor Antonio López Fonseca, Catedrático de Filología Latina de la Universidad Complutense de Madrid y Director de la Escuela del Mundo Clásico, a la que tuve el placer de asistir en agosto en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. En su texto titulado Correr el riesgo del encuentro, el profesor López Fonseca escribe, para Tamarix Gaditana, lo siguiente: «Quienes nos dedicamos a la Antigüedad somos ante todo agentes del tiempo que subrayamos, tachamos y servimos de medio de diálogo entre la actualidad y aquel pasado, somos mediadores, “interlocutores entre dos tiempos”. […] No hay una única e inmutable Antigüedad, sino una multiplicidad de mundos, un caleidoscopio de posibles ejemplos e influencias, lo que permite una interpretación desde ópticas diferentes del legado de la Antigüedad. […] Y es que el pasado no es un suelo estable a través del cual avanzamos hacia el futuro; el pasado lo estamos haciendo a cada momento, porque siempre es posible mirar hacia atrás de una manera nueva, es imprevisible y está ante nosotros tan abierto como el futuro. […] Lo realmente importante no es lo que aquella época sabía de sí misma, sino lo que aún no podía saber sobre sí misma y el tiempo ha revelado».
Bajo esta idea del diálogo, de la conversación, para seguir descubriendo lo que el tiempo ha revelado sobre el Mundo Antiguo, Tamarix Gaditana también está incorporando la oralidad. Scripta manent, los escritos permanecen, grabados en la corteza, pero también es necesario que las palabras vuelen, aladas como imaginaba Homero, de una voz a otra, verba volant, moviendo las hojas con su brisa. Es por ello que el Miércoles de Letras del pasado 18 de octubre se organizó la primera Ágora de Tamarix Gaditana: un encuentro presencial entre estudiantes y profesores de la Facultad de Filosofía y Letras. Quiero dar las gracias a todos los compañeros participantes, porque con vuestras reflexiones habéis demostrado que estamos decididos a remover las cenizas de nuestro tiempo para atizar el fuego que nos hace humanos.
En medio de la precipitación de nuestro mundo, en el lento crepitar de las Humanidades arde el sosiego necesario para el pensamiento crítico. Tamarix Gaditana, como todo árbol, también crece con lentitud y constancia. Por eso quisiera insistir ahora en que concibo Tamarix Gaditana, fundamentalmente, como un espacio de cultivo de la escritura, un espacio que pretende reivindicar la búsqueda de un lenguaje creativo, es decir, de la reflexión creativa. A este empeño, en realidad, nos impulsan las lenguas clásicas: el griego y el latín nos llegan con todo su potencial expresivo desplegado en las obras literarias. Y así me gustaría parafrasear al lingüista Eugenio Coseriu para decir que no es que el lenguaje poético se desvíe del uso normal del lenguaje, sino que el lenguaje rutinario supone una reducción, una automatización de las posibilidades que laten como un anhelo en las palabras y que se ponen de manifiesto en la escritura creativa.
Creo fundamental desautomatizar nuestra comunicación lingüística, porque así podremos romper la inercia de nuestro pensamiento y de nuestros actos. El dramaturgo Alberto Conejero afirmó que «la falta de palabra es la falta de horizontes de vida». Por eso, contra el lenguaje fácil, descuidado, menospreciado, Tamarix Gaditana aspira humildemente a cuidar la complejidad del pensamiento a través de la admiración por la belleza de las palabras y las ideas. Lo bello es difícil, χαλεπὰ τὰ καλά, lo sabían los antiguos griegos, pero también decía el poeta Rilke que «el hecho de que algo sea difícil es una razón más para intentarlo».
Concluyendo, quisiera invitaros a hacer de Tamarix Gaditana un árbol frondoso gracias a la escritura creativa, es decir, a la escritura del asombro, con profundas raíces en el Mundo Antiguo. Alcemos de nuevo la vista al cielo, descubramos los matices del azul y que nuevos colores empapen la cotidianeidad de nuestro día a día. Así, quizás, experimentemos lo que también escribió el poeta latino Lucrecio, que «el charco de agua, no más profundo que un dedo, que queda entre las losas en las calzadas de los caminos, parece abrir bajo la tierra perspectivas tan hondas como alto es el abismo que separa las tierras del cielo; de modo que en este charco creeríamos ver nubes y cuerpos celestes, milagrosamente ocultos en un cielo subterráneo». Otras muchas realidades son posibles. Incluso bajo tierra, es posible un cielo. Muchas gracias.
Nota: Intervención en Jóvenes investigadores: rompiendo fronteras. Congreso Internacional «Along the frontiers: Acción y resignificación de la representación del territorio» organizado por la prof.ª María del Castillo García Romero (US) y el prof. José Ramón Barros Caneda (UCA). 8 de noviembre de 2023.
Agradecimientos: Para mí sería imposible acabar de otra forma que no fuera agradeciendo a la profesora María del Castillo García Romero esta maravillosa oportunidad que me ha ofrecido, la de formar parte de esta mesa junto a las compañeras y compañeros de Historia y Humanidades. Quiero agradecerle especialmente, además, su constante y generoso apoyo a mi proyecto de Tamarix Gaditana, sobre el que versa mi intervención. Ella ha sido todo un estímulo para esta iniciativa desde el día en que nos conocimos, un día de abril en las Jornadas de Orientación Universitaria de la UCA: esa misma noche me envió para Tamarix Gaditana un escrito suyo que, si ella me permite recuperar sus palabras, comienza así: «Las conversaciones más profundas surgen en el momento más inesperado. Los encuentros más entrañables, en el lugar más insospechado. Y los buenos ratos, siempre en la mejor compañía». Exactamente así considero que fue mi encuentro con la profesora Castillo. Su escrito se titula A la luz del conocimiento, y entonces recuerdo que Cicerón, en su diálogo sobre la amistad, escribió que «cuando logramos el trato con una persona de carácter y hábitos concordantes con los nuestros, esto lo percibimos casi como una luz de bondad y de virtud». Estimada Castillo, por esta luz van dedicadas a ti las palabras de mi intervención, palabras fronterizas, nómadas, en constante metamorfosis, inspiradas en el Mundo Antiguo.