El abuelo, el nieto…
y Platón
Una tarde calurosa de Julio se encontraba un chico junto a su abuelo, ambos inspeccionando los libros antiguos que este tenía en los cajones de la habitación. Ya llevaban un rato ojeando los libros que el anciano había ido sacando de algunos cajones, dejándolos en el suelo como si estuviera buscando uno en especial. El abuelo realizaba esta actividad todas las tardes, causando que se convirtiera en rutina para el chico, que todas las tardes lo acompañaba. Algunos libros eran tan antiguos que ciertas hojas, al agarrar el ejemplar, se despedazaban, quedándose sueltas, sin vida. Cada vez que esto ocurría, el anciano, con su mirada apagada, intentaba encajarlas de vuelta a las páginas que les correspondían. El joven lo observaba, escéptico, veía que su abuelo estaba triste cuando se ponía a rebuscar por los antiguos cajones y viejas estanterías. Como si aquella extraña habitación cristalizara sus recuerdos más recónditos de su memoria. El chico aún se sigue preguntando el motivo por el que pasaba todas las tardes ahí.
–¿Qué te pasa, abuelo? –preguntó el chico. El abuelo miró a su nieto y sonrió. Luego, señaló un libro en particular, uno más desgastado y antiguo que el resto.
–¿Qué piensas de este libro tan anticuado? –preguntó el abuelo con una voz suave llena de serenidad.
–Pues que es un libro que tiene mucho tiempo y algunas de sus páginas ya están sueltas– respondió el niño con aspereza.
El abuelo hace un esfuerzo al recogerlo del suelo y se lo posa en sus pequeñas manos. En efecto, su nieto se había fijado bien, porque es verdad que algunas páginas estaban ya despedazadas.
– Platón. El banquete Fedón –leyó en voz alta– que nombre más raro tiene este libro– el niño, dubitativo, ojeaba algunas páginas o de lo que quedaba de ellas mientras miraba en algún que otro momento a su abuelo esperando una respuesta para saber qué quería que hiciera con este libro tan antiguo.
Al cabo de un breve tiempo que se permitió el anciano, terminó respondiendo y afirmó que el nombre era bastante raro porque Platón y ese tal Fedón nunca presenciaron dicho banquete.
–¿Entonces por qué se llama así?
El abuelo echó un vistazo al libro que tenía en las manos su nieto como si pudiera responder la pregunta viendo solamente la portada, sonrió como si siempre hubiera querido que se lo preguntaran y clavó su mirada en los ojos curiosos del niño.
–Pues buena pregunta –confesó–. Tendríamos que descubrir quién es Platón y por qué es nombrado en el título a pesar de estar oculto en la trama. Por el momento te voy a decir que este libro fue escrito por Platón hace más de dos mil años.
El niño, sorprendido de que su abuelo tenga un libro de hace más de dos mil años, comenzó a cuestionarse si su abuelo en realidad tenía 80 años o es que había vivido en los tiempos de ese tal Platón.
–Sé lo que estás pensando, hijo, y no, no existen libros de hace más de dos mil años, y por supuesto no tengo la suerte de tenerlo –dijo el abuelo con un tono burlesco. Le gustaba ese momento que le daba la oportunidad para que su apreciado nieto pudiera ver los libros como los veía él. Sabía que no podía provocar el pensamiento en su nieto, tiene que ser su nieto quien lo hiciera, si no, estaría fallando a la filosofía de Platón y a su alegoría de la Caverna.
–Esto es un libro que está traducido en 1987. Platón, evidentemente, es un nombre un poco peculiar, no es típico de aquí. No sé si llegaste a pensar eso.
El niño asintió de manera intensa y recibió una mirada de reprobación por parte de su abuelo.
–Platón fue un filósofo griego que intentó encontrar la verdad sobre el mundo que lo rodeaba, intentaba dar soluciones a sus inquietudes por medio del pensamiento– puntualizó el abuelo.
–Me imagino que Platón tuvo razón, si no para qué se le había traducido… –reflexionó el joven.
–La cosa no va por ahí, hijo. A Platón no se le conoce porque tenga la verdad, se sabe de él por el legado que transmitió en la Historia del Pensamiento.
–¿Qué es eso de legado? –preguntó pensativo su nieto.
–Es como algo que se deja para que sea transmitido, como si yo te regalase mi cordón de plata.
–Entonces tú me estás dando el legado de Platón, y espero que me des en algún momento el legado del cordón de plata.
El abuelo soltó una carcajada, era tan locuaz que contagió la risa a su nieto. Cuando ambos pararon, el abuelo afirmó lo que decía el chico, asintiendo.
–¿Sabes qué tienes de peculiar, chico? que eres un filósofo, porque desde siempre te has hecho preguntas, aunque para la mayoría no tengas respuesta.
–No sé, me vienen pensamientos y a veces me sienta mal porque en el colegio me dice que no pregunte más, dicen que son preguntas absurdas– respondió el joven cabizbajo, como si a veces odiara cuestionarse tanto las cosas.
Al escuchar las palabras de su nieto, el abuelo fijó su mirada en él, apenado por la situación de su nieto, que había sido tan familiar en su recorrido de vida. Por un momento quiso tener la edad del chico para hacerse amigo de él.
–Eso es normal, chico, pero no te desanimes. Encontrarás a personas que también se hagan muchas preguntas como tú, no te desanimes –repitió–; además, ya te tengo dicho que no existen las preguntas absurdas.
El niño asintió, intentando convencerse a sí mismo de lo que le había dicho su abuelo. Después quiso dar con el quid de la cuestión:
–Volviendo al tema de antes, abuelo, ¿por qué me has dado este libro de los cientos que hay en la habitación?
–Porque es el libro que más me recuerda a tu abuela. Lo leí cuando era joven, en ese momento la estaba conociendo y quise saber si en realidad la amaba de verdad. Me dijo un buen amigo que este libro se encargaría de darme la respuesta y, además, me ofrecería nuevas preguntas que hasta hoy día no he podido contestar. Este libro trataba de eso, del primer intento de explicar el sentimiento del amor. Quiero que sepas, hijo, que la mayoría de las preguntas que nos hacemos en nuestro presente ya se las han cuestionado los antiguos. Tienes que saber que para conocer nuestro presente nos tenemos que fijar en nuestro pasado, y si queremos dar respuesta a las inquietudes que tenemos los seres humanos debemos leer a las personas que llevan miles de años muertas pero cuyo pensamiento hoy día son las raíces de un árbol que, yo al menos, interpreto como el árbol del saber occidental. Una frase capaz de resumir todo esto de la mejor manera posible sería la que dice el gran Goethe: “El que no sabe llevar su contabilidad, por espacio de tres mil años, se queda como un ignorante en la oscuridad, y solo vive al día”.
–A mí me da miedo la oscuridad –confiesa el chico, intimidado.
–Pues, hijo, lee, y nunca dejes de leer.