Como lluvia en primavera
Érase una vez un joven bendecido por los dioses con el don de la belleza. A su paso, tanto hombres como mujeres quedaban prendados ante su figura esbelta y su armónico rostro.
Este apuesto muchacho viviría por muchos años, pero con la condena de que jamás podría ver su rostro.
Con una actitud altiva, Narciso, era incapaz de ver el encanto de cuanto le rodeaba y menos de las personas a las que dejaba cautivados.
Un día cuando cazaba en el bosque, una ninfa se dio cuenta de su presencia y al instante quedó embelesada por el atractivo de Narciso. La ninfa, llamada Eco, estaba castigada por las deidades y solo podía articular las últimas palabras que su interlocutor hubiera dicho. Al principio acomplejada por esta maldición, Eco se mantuvo entre los árboles, pero no pudo evitarlo y finalmente salió en busca de los brazos de Narciso.
Era de esperar, que la soberbia del joven apuesto, rechazaría a la ninfa y ella apenada volvió a las profundidades del bosque y nunca más salió.
Por este acto de orgullo, Narciso fue castigado por la diosa de la venganza y ella, mediante artimañas, hizo que el chico se acercara a un arroyo y viera su reflejo. El quedó enamorado de la imagen que le devolvía el agua y fruto de la frustración por no ser correspondido con semejante belleza, decidió acabar con su vida.
Allí donde yacía el cuerpo del joven, nació una hermosa flor, a la cual le pusieron el nombre de Narciso.
La belleza es un fenómeno tan relativo y misterioso, que en muchas ocasiones nos lleva a afrontar unos límites insospechados de nosotros mismos. Como prueba, podemos ver a aquellas personas que se hacen cirugías para no tener que pagar el precio que el tiempo nos ha condenado, o también aquellas personas que llevan a su cuerpo a la extenuación para alcanzar un ideal impuesto ¿por la sociedad o por nosotros mismos?
“La belleza es dolor”, este es el tipo de metáforas que están presentes en nuestra vida cotidiana y, según Lakoff y Johnson, no solo son expresiones lingüísticas, sino que son principios capaces de hacer guiar nuestras acciones, ya que a veces se encuentran tan enraizadas en nuestra cultura que ni nos cuestionamos su presencia. Volviendo al mito de
Narciso, podemos ver la aplicación de esta metáfora: al joven, su propia belleza se convierte en adictiva, y a causa del sufrimiento que siente por no ser correspondido con su mismo atractivo, se suicida.
Hoy en día, nuestra cultura se está intentando desprender de todos estos estigmas, “la belleza hiere”, “¿cuál es el precio de la belleza?” y llegados a este punto, estaría bien perpetuar que: “la belleza es bienestar”.
Incluso este fenómeno ha sido estudiado por los psicólogos, ya nos lo demuestran con el denominado “efecto halo”, en el que tendemos a atribuir de forma inconsciente cualidades positivas a aquellas personas que tienen un rostro bien proporcionado, se trata de que la misma belleza nos hace esclavos de su propio encanto. Podemos observar que la beldad nos conduce a una reflexión en la que muchas veces “no es que lo bello parezca bueno, es que lo bueno parece bello”. Así nos lo expone un renombrado filósofo con la siguiente cita: “si matas a una cucaracha eres un héroe, pero si matas a una mariposa eres un villano. La moral tiene criterios estéticos.” Para poder entender esto mejor, nos remitiremos al caldo de cultivo de todas estas conexiones, los griegos. El filósofo, conocido por su apodo como “el ancho de espalda”, usaba el término “kalón” en su filosofía idealista, el cual significa “bien” y a su vez “belleza”. Adentrándonos en un tema un poco más heroico, significa también “valiente” y lo contrario a esto, sería “kakós”, que significa “cobarde” y “malvado”.
Si nos detenemos, podemos ver una reciprocidad entre amor, belleza y felicidad. Y es que todo aquello que amamos, lo convertimos inevitablemente en sujeto de belleza (o viceversa): una tierna mirada, los coordinados movimientos de una bailarina, una armoniosa melodía o incluso unas sinceras palabras. Todo ello regocija el corazón, y ¿por qué no? Aunque sea solo por unos instantes, vivimos una felicidad plena. Queda evidenciado su carácter tan susceptible, pues muchas veces el objeto portador de belleza no lo es tanto como aquellos ojos por los es visto.
Siguiendo en esta línea, podríamos aventurarnos a decir que la belleza son los ojos con los que nos ven las personas que nos quieren… Y sin irnos más lejos, te pregunto: ¿cuánta belleza ves en ti? Como menciona uno de los filósofos más famosos del siglo de la Ilustración en uno de sus ensayos sobre lo bello y lo sublime: “aquí no se trata de lo que el entendimiento capta, sino de lo que el sentimiento y siente”. Y es que tendríamos que tener la capacidad de dejarnos maravillar aunque sea por el más mínimo detalle, como si fuéramos los fascinados ojos de una niña, que ve caer la lluvia en primavera.