Viaje Antiplatónico:
mente, cuerpo y viceversa
Platón nos presenta la siguiente imagen: viven dos mujeres prisioneras en una caverna, encadenadas de pies, manos y cabeza y frente a una de las paredes, de manera que no pueden girarla. Detrás de ellas hay un tabique con más hombres detrás que hacen mover figurillas delante de un fuego, proyectando sombras en la pared de la cueva. Estas sombras son lo único que conocen…
Un día, una de las prisioneras, Meletea, consigue liberarse de las cadenas y sube hacia la superficie. El Sol la ciega y se siente muy abrumada y torpe, pues está en el Mundo Inteligible y moverse por las Ideas es difícil al principio. Finalmente, aprende a moverse con agilidad por este lugar sin dimensiones, por sus galerías de abstracciones y silogismos. Aprende a habitar la belleza de la pintura renacentista, impresionista, vanguardista…, la literatura, el realismo mágico sudamericano, las poesías de Safo, la elocuencia de Cicerón, el razonamiento cartesiano y la lengua de Julio César. Y se siente feliz. En este punto, Platón nos narra cómo la que fue prisionera se acuerda de su vida en la caverna, de su compañera, y se compadece: jamás le daría envidia aquella pues solo conoce la realidad falsa. Decide que lo aprendido debe ser compartido y desciende a la cueva. La liberada, al tratar de transmitir su sabiduría, sería desacreditada y ridiculizada por la otra encadenada y volvería enseguida a su paraíso recién descubierto para quedarse a vivir.
Sin embargo, abajo en la cueva, la otra prisionera sintió un día las manos demasiado doloridas por las cadenas y el culo cuadrado de estar sentada toda una vida y se levantó, liberada. Vio el fuego que había detrás de ella pero no se acercó: todo le daba demasiado miedo. Así, siguió la trayectoria de su compañera hacia la superficie. La Idea de Bien también la cegó al principio pero no tardó mucho en aprender a pasear por aquellas ramificaciones infinitas de filosofías, lógicas, estilos y figuras retóricas. Pero aún había algo que quería conocer.
Volvió a descender la cueva y se adentró en las profundidades de ella. En este camino descubrió otro paisaje de aguas subterráneas, murciélagos y pasillos de estalagmitas. Distraída con su paseo, avanzó y avanzó hasta ver una luz lejana. Esta vez no dudó en correr hacia ella.
Salió a un lugar verde, verdísimo, como si fuera un fondo de una pintura de Gauguin, pero más nítido, y el azul, azulísimo, más que cualquiera de los cielos de Tiziano. Al principio veía patrones, referencias, repeticiones, pero luego se le adaptó la vista y las pinceladas impresionistas pasaron a ser solo matices, luego, hojas y hebras, luego madera, musgo y barro, nubes, piedras y palitos que crujen. Olía bien a veces, como a hierbaluisa, otras mal, muy mal, como a caca. Los sonidos que se escuchaban no guardaban ningún patrón, o al menos uno reconocible, sin ser por ello desagradables. No era una composición equilibrada, pero había armonía.
Absorta en estas sensaciones, se chocó con un niño. Tenía el pelo largo negro y un taparrabos naranja. De su boca salieron dos aullidos cortos y luego un aullido largo. El salvaje la llevó a la Roca del Consejo, donde se reunía con la Manada de lobos a la que pertenecía. Allí aprendió a moverse por la selva saltando de liana en liana, a cazar y a bañarse en el río al sol escrito en minúsculas, a comunicarse con los ojos y con el cuerpo, a observar, sin hablar, sin pensar, sin escribir más que las efímeras experiencias sobre la piel. “Platón nos había dicho que habíamos llegado a la Verdad al ser capaces de mirar al Sol, la Idea de Bien, pero la Selva también parece bastante verdadera”, pensé.
De vuelta en la cueva, construí una cama y me abracé las piernas para escuchar las emociones despertadas. Me sentí agradecida a la naturaleza por haberme dado unos brazos para saltar de liana en liana, unas piernas para correr y una mente para viajar entre conceptos e ideales. Y, finalmente, le di las gracias a la cueva por ser el lugar para descansar antes de levantarte, sentir, explicar, conocer, esculpir… y el refugio en el que almacenaré todo lo recolecte en ambos mundos, el Sensible y el Inteligible.
Querido maestro: la cárcel de tu caverna pasa a ser un refugio para mí, pues la verdad auténtica está en la libertad de movimiento entre mundos.