Tal vez un centón
tejido en una lira telar
inspirado en Javier Velaza (El campamento de los aqueos y Enveses; incluyo en cursivas sus versos), Alberto Conejero (En mitad de tanto fuego) y Carmen Estrada (Odiseicas).
Dedicado a todos ellos por cuidarnos a Homero
Si este cantor asegura que las palabras tienen alas y vuelan de una persona a otra, ¿por qué las de ella se empeñan en ser pececitos que bajan por su garganta, a veces agolpándose en un remolino, pero siempre mar adentro, nunca hacia la superficie?
Siente náuseas. Un banco de peces aletea en su estómago…
Sube las escaleras, sin despedirse, y entra en el cuarto de las labores de costura. Se detiene frente a su telar. Un oleaje de colas y aletas la incita a ponerse manos a la obra, ahora que no hay nadie en la habitación, ahora que todos están abajo. Las pocas aladas palabras que han entrado por el resquicio de la puerta revolotean convertidas en un zumbido de enjambre de moscas, amortiguado por el sonido rítmico de la lanzadera girando en el telar. Una vuelta, otra vuelta… y cada vez, un cambio de dirección. Pero ¿se dirige siquiera a alguna parte? ¿Acaso solo va a quedarse girando en torno a un mismo eje? ¿Realmente el resultado de todo este movimiento no será más que una tela? ¿No ha de ocurrir ningún imprevisto? Los peces no dejan de aletear en su estómago, girando también ellos en un remolino de espuma. Otra vuelta, y otra… ¡Si pudiera dejar de llamarlo telar! Si fuese también, si fuese sobre todo… pero es inútil imaginarlo, pues en cuanto empieza a alejarse de esas letras siempre hay alguien que entra y pronuncia la palabra, «telar», con inequívoca firmeza, y ella trastabilla con los hilos y cae en la desilusión de comprobar que solo está tejiendo, que de nada sirve pretender una meta más elevada que un bordado en una tela… Pero hoy los peces se empeñan en nadar contracorriente. Remontan la cascada de su garganta, toman impulso en la lengua… y entonces la trama y la urdimbre entretejen la historia cantada al ritmo de los giros de lanzadera.
Homero no existió. Lo inventaste tú misma…
… y en la noche tejías, destejiendo, hexámetros
primero de una guerra feroz y sanguinaria,
de un retorno, después, azaroso e incierto…
—
… y él solo lloraría
por un muerto si acaso ese fuera Patroclo,
la mitad de su alma- y no sucederá,
de eso está seguro -…
Se abren las puertas del teatro. Sobre el escenario, en el haz de un foco, se recorta una silueta. Extiende el brazo, las luces parpadean, su mano palpa el aire buscando aferrarse a una solidez que no aparece… (animae dimidium meae, llama el poeta a su amigo poeta), que no aparece…
«Lo único que deseo, Aquiles, es que nos dejen a solas. Con esta obra humana que casi nunca dura y a la que llamamos amor. Que nos dejen a solas, lejos de los himnos, de los vítores, de las banderas; quiero limpiar tu cuerpo de esas grandes palabras honor, gloria, patria; quiero ungirte de alegría, de risa, de bondad; quiero que se enmudezcan todas las bocas que cantan las gestas y que se oxiden las espadas, que se arruinen los trofeos y caigan las estatuas; quiero que la faz de la tierra quede limpia de templos, de epopeyas; quiero, oh, soberbia del enamorado, una gran hecatombe en la que se queme el recuerdo de todos los héroes». (Fragmento de En mitad de tanto fuego, Alberto Conejero)
Cólera… esa no es la palabra.
Quizás, quienes decidan revivirnos a ti y a mí, se pregunten una mañana, en clase, por el tema de la Ilíada. Y quizás la pregunta quede aleteando en el aire. Entonces, ese mismo día, cuando caiga la noche y la universidad cierre sus puertas, se encenderá una luz en un escenario, y ahí, entre el polvo, surgirá mi figura, mi espíritu aún ardiente, aún enamorado, con un intento de respuesta entre mis manos tendidas a la oscuridad. Tal vez me veréis ciego ya y templando una cítara. ¿Con qué manto cubriré mis lágrimas al oír mi propia historia si también soy yo aquel que la canta? Por todo, permítase a quien entrega su vida burlar la primera palabra de una larga tradición: sea Ἔρως, no Μῆνις. Que no derriben también estas murallas: al menos las palabras serán nuestra (¿única?) Troya a salvo y en paz «en mitad de tanto fuego».
¿O es la mía, una vez más, «la soberbia del enamorado»…?
Regreso entonces
igual que regresan los héroes:
con las manos vacías de esperanza
y esta injustificable fe en el hombre.
—
En una vuelta más de telar, la tejedora-aedo ya ha insuflado vida a un personaje. Ahora hila con la lanzadera el tiempo, como una inocente Cloto que devana y ovilla y da vueltas y vueltas girando en un laberinto de trama y urdimbre sin saber nada de Átropos, sin saber nada de la que lleva en su propio nombre el fin de todas las vueltas de telar (a-tropos). Se adentra más y más en ese laberinto que llamarán textus algún día, y en uno de esos giros el hilo se convierte en otra historia y se aferra a él
un nuevo personaje
que es ella misma surcando el mar sin dejar que el tiempo se detenga, y en un nuevo giro de lanzadera brota rítmicamente de sus labios
la palabra
Polytropos.
Inspírame, oh musa, quienquiera que seas, para cantar la historia de aquel que giró de un hilo a otro de mi telar, como aran los bueyes el campo, y en cada vuelta de este laberinto supo hallar las ondulaciones de los mares con su bonanza y sus tormentas, y por encima de todo supo
continuar girando (¿por los mares, por su ingenio, por mi telar? ¿No es lo mismo?)
continuar sin detenerse nunca.
(Odiseo no existió. Lo creaste a tu gusto…)
Cuéntame cómo Polytropos
burló
a Átropos.